El último canto
Filiberto y Sacramento vivían en un pueblo que solo tenía una calle, cinco casas y un viejo campanario sin campana.
Pese a ser un pueblo muy pequeño, tenía algo que lo hacía especial.
No era el grillo amaestrado de don Benito, el maestro.
Ni la bicicleta a vapor de doña Eufrasia, la farmacéutica.
Ni el geranio gigante de Evaristo.
Ni el telescopio de Telesforo, que pasaba noches en vela mirando la luna y las estrellas.
Lo que diferenciaba al pueblo estaba en el corral de Filiberto y Sacramento...