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Clásicos universales y clásicos juveniles:sobre el canon de lecturas en el Bachillerato (Primera parte)

La aparición –con notable éxito editorial– del libro de Harold Bloom El canon occidental (1995) provocó no sólo una viva polémica en el mundo literario sino también que el término canon se incorporara al vocabulario de la crítica literaria. El canon de Bloom es explícito y personal, y se justifica sólo parcialmente porque toma partido, descaradamente, por la literatura anglófona. Probablemente, lo más importante de aquel discutible trabajo y de la polémica que suscitó sea que ha contribuido a estudiar la Historia de la Literatura atendiendo a aspectos que, hasta entonces, no habían merecido mucha atención, como la noción de clásico, el papel de la literatura en la sociedades desarrolladas, la enseñanza de la literatura o la formación de la competencia literaria.

José Mª Pozuelo Yvancos (1996: 3-4) se lamentaba, a propósito de la polémica provocada por el libro de Bloom, de la oportunidad perdida para haber planteado algunas cuestiones, verdaderas claves del estudio y la enseñanza de la literatura: qué enseñar, cómo hacer que la literatura permanezca viva en la sociedad postindustrial, cómo integrar ideología y estética o qué es una tradición literaria.

En este trabajo plantearemos ciertos interrogantes relacionados con el concepto de «clásico» y con la posibilidad de establecer un canon de lecturas para el Bachillerato, en el que puedan convivir clásicos y libros de Literatura Juvenil.

Algunos críticos se han referido a la dificultad que conlleva el reconocimiento de una cultura que no tenga cánones, ni autoridades, ni instrumentos de selección, sin duda porque piensan que la propia Historia de la Literatura es una especie de «antología» que selecciona aquello que, entre todo lo que se ha escrito, merece la pena estudiarse, conservarse y enseñarse. De este modo, comprendemos mejor a Pozuelo Yvancos cuando dice que el acto de selección que realiza el antólogo no es diferente del acto que, con características similares, preside la construcción de una Historia Literaria, y que hay una evidente relación de interdependencia entre los conceptos de Antología, Canon e Historia Literaria.
 

Existe una relación de interdependencia entre los conceptos de:

ANTOLOGÍA ↔ CANON  ↔  HISTORIA LITERARIA

Además, dichos conceptos tienen mucho que ver con la paideia, porque la selección, en muchas ocasiones, está vinculada a una instrucción o a una enseñanza, por eso es tan importante que precisemos qué enseñar, qué seleccionar, qué valores transmitir y en qué momento hacerlo. Para educar en el pluralismo que debiera exigirse a la enseñanza habría que excluir cualquier postura de tintes fundamentalistas, porque toda selección es una elección que se hace en el contexto de un momento histórico, de la que forma parte el punto de vista de quien selecciona. Más aún, no se debe olvidar que los valores estéticos son cambiantes y, a menudo, caminos de ida y vuelta.
 

(...) No hay canon, sino cánones diversos, sistemas que se complementan,
sustituyen, suplantan. (Pozuelo,1996: 4)

 

Canon literario y clásicos

Enric Sullà (1998:11) define el canon como una lista o elenco de obras consideradas valiosas y dignas por ello de ser estudiadas y comentadas.

En cualquier caso, todo canon debiera estar formado por obras y autores que, con dimensión y carácter históricos, se consideran modelos por su calidad literaria y por su capacidad de supervivencia y trascendencia al tiempo en que vivieron, es decir textos clásicos. Pero, junto a ellos, pueden incluirse en un canon otros libros, de indiscutible calidad literaria, que no hayan alcanzado esa dimensión de clásicos porque no ha pasado aún el tiempo necesario para que sea posible ese logro. Es decir, que no podemos confundir canon con clásicos; sí es cierto que los clásicos son libros canónicos o, al menos, así debieran ser considerados, pero no lo es que libros que pudieran aparecer en algunos cánones tengan que tener el reconocimiento de clásicos.

 

ALGUNAS OPINIONES SOBRE LOS “CLÁSICOS”
Clásicos son los libros que: Constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos. (Calvino, 1992: 34)
Son aquellos libros que, a pesar del tiempo transcurrido desde que fueron escritos y publicados, siguen sobresaltando todavía nuestra emoción y despertando nuestro placer estético. (Merino, 2004: 32)
García Gual dice que lo que consagra como clásicos a algunos textos y autores es:
La lectura reiterada, fervorosa y permanente de los mismos a lo largo de tiempos y generaciones. Clásicos son aquellos libros leídos con una especial veneración a lo largo de los siglos. (García Gual, 1998: 36)

Todos quienes han definido el concepto de «clásico» coinciden en el argumento del paso del tiempo como requisito imprescindible para aceptar la consideración de «clásico» en un libro; cuando el tiempo transcurrido aún no es mucho solemos hablar de «clásicos contemporáneos» para referirnos a aquellos libros aceptados mayoritariamente en muchos lugares y por más de una generación, aunque su primera aparición todavía está cercana.

A veces sucede que el desprecio intelectual de una época hace desaparecer una obra clásica, pero si ésta realmente lo es reaparecerá una vez pasada la influencia de esa época que la despreció (es lo que le sucedió a Góngora en el Neoclasicismo). Un clásico, por tanto, es un libro capaz de sobrevivir a la barbarie del desprecio intelectual injustificado e irracional y, como bien dice Emili Teixidor (2007:79): a la interrogación constante de los críticos y a la lectura constante de generaciones.

Los clásicos en el Bachillerato

Cada uno de nosotros tiene derecho a conocer –o al menos saber que existen– las grandes obras literarias del patrimonio universal: La Biblia, la mitología grecorromana, la Ilíada y la Odisea, el teatro clásico, el Quijote, la obra de Shakespare y Camôes, las Mil y una noches, los cuentos populares (…) Varios de esos contactos se establecen por primera vez en la infancia y juventud, abriendo caminos que pueden recorrerse después nuevamente o no, pero ya funcionan como una señalización y un aviso. (Machado, 2002: 37-38).

Un canon literario para el Bachillerato debe incluir obras de Literatura Juvenil, porque es una literatura, en principio, cercana a los intereses y gustos de sus destinatarios; pero también debe ofrecer clásicos, porque los componentes de una colectividad deben sentir que el mundo que transmiten esas obras es propiedad de quienes la constituyen. Además, la formación humanística debe sustentarse, entre otros pilares, en la lectura de los clásicos, porque en sus historias y en sus textos está contenida buena parte de la cultura y la tradición del mundo, ya que son modelos de escritura literaria y una herencia dejada por nuestros antepasados.

Ahora bien, esas lecturas deben llegar en la edad y el momento adecuados, pues la mayoría de los clásicos no son fáciles; su lectura requiere una cierta madurez de pensamiento y capacidad para el análisis.

La institución escolar tiene, por lo que toca a fijar un canon clásico, una responsabilidad evidente. Para su educación, los jóvenes deben encontrar una pauta de excelencia, una lista sugerente, efectiva y ejemplar de los mejores escritores, artistas, creadores y pensadores del pasado. (García Gual, 1998: 36).

La responsabilidad de la institución educativa no tiene por qué ser tan grande como indica García Gual; los clásicos deben estar en las aulas, porque a ningún ciudadano ni a ningún grupo social le debemos sustraer el conocimiento de un patrimonio cultural que es propiedad de todos, pero teniendo claro cuáles, cuándo y cómo, porque sí es responsabilidad de dicha institución orientar la disposición de los alumnos a leer los clásicos, pero, dependiendo del momento educativo de que se trata, debe limitarse sólo a eso. El problema de la presencia de los clásicos en el sistema educativo suele surgir en el momento en que nos enfrentamos a la idea de leer obras de esa consideración en las etapas de la adolescencia y primera juventud, es decir en Secundaria y Bachillerato; son momentos en que suele plantearse el debate «clásicos sí o clásicos no», porque muchos alumnos afirman que «no los entienden», que «están trasnochados» o que «por qué los tienen que leer obligatoriamente». Pero también debemos reconocer que nos estamos refiriendo a una etapa en que las exigencias lectoras debieran ser superiores a las de la Educación Primaria, más allá –incluso– de los gustos de los adolescentes, a los que hay que pedirles un cierto esfuerzo lector, al tiempo que les debemos dar los instrumentos necesarios para que puedan efectuar, por sí mismos, una cierta elección de obras literarias canónicas.

Uno de los objetivos básicos de la lectura debe ser el placer de leer, ampliando nuestro conocimiento del mundo. Se trata de un objetivo que no siempre se cumple cuando un joven se enfrenta a la lectura de una obra literaria clásica, porque se encuentra con ciertas dificultades que entorpecen su comprensión del texto: el vocabulario, el contexto en que fue escrita la obra, las causas que pudieron provocar la redacción de la misma, etc. Por ello, en algunos casos, será conveniente que exista una preparación previa, de modo que la lectura pueda realizarse con cierto éxito. Si tenemos que proponer la lectura del Lazarillo de Tormes a adolescentes de hoy, preguntémonos ¿cómo esos chicos pueden entender la existencia de la figura del «pícaro», representante de un estamento social que, en la España de la Edad de Oro, pensaba que mendigar no era una deshonra, pero trabajar sí?

Este texto es una colaboración de Pedro C. Cerrillo

 
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