Cuando Penelope Fitzgerald publicó este agridulce alegato, en plena madurez, nunca imaginó que cuarenta años después, a pesar de no alzarse en su momento con el prestigioso Booker Prize, galardón del que “solo” fue finalista, iba a seguir teniendo legiones de fans, (así lo acreditan las numerosísimas ediciones en diversos idiomas); e incluso una aclamada versión cinematográfica reconocida con varios Premio Goya, además de poner de acuerdo a la crítica especializada. Ambientada en una villa costera a finales de la década de los 50 del siglo XX, la escritora narra con destreza, a través de una elegante prosa desprovista de artificios, las vicisitudes de Florence, una entusiasta y soñadora amante de los libros que decide rehabilitar un peculiar edificio para abrir la primera librería del pueblo. La ilusión de la protagonista se torna en una golosina envenenada gracias a las particulares actitudes y digresiones de los parroquianos del lugar, que dejan entrever su agrio carácter, sus prejuicios y cinismos sociales (todos los vecinos se conocen y, en gran medida, se detestan). Esos comportamientos ásperos, provocados en algunos casos por la tacañería, y el escaso entusiasmo general hacia el nuevo local provocan un torrente de situaciones (que incluye la aparición de un inesperado visitante) captados por la autora con acierto en una elegante novela con la que disfrutarán, a pesar del agrio pero realista mensaje que subyace en el texto, los adolescentes más bibliófilos.

Cuando Penelope Fitzgerald publicó este agridulce alegato, en plena madurez, nunca imaginó que cuarenta años después, a pesar de no alzarse en su momento con el prestigioso Booker Prize, galardón del que “solo” fue finalista, iba a seguir teniendo legiones de fans, (así lo acreditan las numerosísimas ediciones en diversos idiomas); e incluso una aclamada versión cinematográfica reconocida con varios Premio Goya, además de poner de acuerdo a la crítica especializada. Ambientada en una villa... Seguir leyendo