Puede decirse que a Arthur Conan Doyle (1859-1930) le salió el tiro por la culata al inventar al inspector Sherlock Holmes: previsto para cumplir con unos pocos episodios, tuvo que perpetuarlo casi hasta el infinito por reclamo de los lectores. En este libro se reúnen algunos de los mejores casos de Sherlock y su inseparable Watson (particularmente interesante es «El oficinista del corredor de bolsa»), pero el premio mayor se lo lleva sin duda «El problema final», con el que el autor "mató" a su propio personaje, que acabó despeñándose al vacío en la idílica catarata de Reichenbach abrazado a Moriarty, su reverso oscuro, el único capaz de acabar con la vida del detective más famoso del mundo. Puede decirse que a Arthur Conan Doyle (1859-1930) le salió el tiro por la culata al inventar al inspector Sherlock Holmes: previsto para cumplir con unos pocos episodios, tuvo que perpetuarlo casi hasta el infinito por reclamo de los lectores. En este libro se reúnen algunos de los mejores casos de Sherlock y su inseparable Watson (particularmente interesante es «El oficinista del corredor de bolsa»), pero el premio mayor se lo lleva sin duda «El problema final», con el que el autor "mató" a su propio personaje, que acabó despeñándose al vacío en la idílica catarata de Reichenbach abrazado a... Seguir leyendo

Las memorias de Sherlock Holmes

–Me temo, Watson, que voy a tener que marcharme– dijo Holmes una mañana cuando nos sentábamos a desayunar.
–¿Marcharse? ¿Dónde?
–A King’s Pyland, en Darmoor.
No me sorprendió. Ciertamente, lo único que me extrañaba era que aún no se hubiera visto mezclado en aquel caso extraordinario, único tema de conversación a lo largo y a lo ancho de Inglaterra. Durante un día entero mi amigo había deambulado por la habitación con la cabeza gacha y el ceño fruncido, cargando y recargando la pipa con el tabaco negro más fuerte, completamente sordo a cualquiera de mis preguntas o comentarios.