A diferencia de sus amigos, Andi no tiene abuela. Sin embargo, cuando sube al manzano y se sienta en su rama preferida, de pronto aparece una dulce viejecita. Juntos se inflan a dulces, hacen travesuras, se divierten en el parque de atracciones..., sin obedecer norma alguna ni respetar ningún límite que no sea marcado por Andi. Aunque su madre le deja jugar con su abuelita, se preocupa porque Andi esté consciente de que ésta es una abuelita inventada. Lo que no espera es que Andi se encuentre con una nueva, verdadera y muy divertida abuelita.
A diferencia de sus amigos, Andi no tiene abuela. Sin embargo, cuando sube al manzano y se sienta en su rama preferida, de pronto aparece una dulce viejecita. Juntos se inflan a dulces, hacen travesuras, se divierten en el parque de atracciones..., sin obedecer norma alguna ni respetar ningún límite que no sea marcado por Andi. Aunque su madre le deja jugar con su abuelita, se preocupa porque Andi esté consciente de que ésta es una abuelita inventada. Lo que no espera es que Andi se encuentre con una nueva, verdadera y muy divertida abuelita.
La abuelita en el manzano
Todos los niños de su calle tenían una abuelita. Había algunos que hasta tenían dos. Tan sólo Andi no tenía ninguna, y esto le mortificaba.
Había días en que, ya de buena mañana, no podía dejar de pensarlo. Aquél era uno de esos días.
Camino del colegio, se encontró con su amigo Gerhard, que vivía un par de casas más allá de la suya.
–¿Vendrás a jugar conmigo esta tarde? –preguntó Andi. Podemos construir una tienda de campaña en lo alto del manzano.
–Esta tarde no puedo ir a tu casa –dijo Gerhard–...