Muerte a doscientos diez
Suda y se agarra con todas sus fuerzas. Siente los nervios concentrados en sus manos y en las puntas de los dedos, convertidos ahora en unas tenazas que se aferran al volante con crispación. Nunca antes había conducido como lo está haciendo ahora. Apenas afloja levemente la tensión después de las curvas, tan solo lo justo para dejar girar el volante en el sentido contrario, después de cada maniobra llevada hasta el límite, para permitirle recuperar su posición original y volver a empezar como si nada hubiese ocurrido. Lo acompaña un poco para imprimirle más velocidad, para conseguir que la transmisión haga su trabajo y pase toda la potencia de giro a las ruedas.