Una casa con encanto
Miré por la ventanilla del coche y vi campo. Como siempre. Como desde hacía siglos. Una vez más, me pregunté si tanto campo no estaría dibujado en el cristal. No era probable, porque aquí y allá se veían ligeras variaciones: más o menos árboles, prados más o menos grandes, más o menos vacas..., pero campo al fin y al cabo. Llevaba una eternidad viendo casi el mismo paisaje, o eso me parecía desde que dejamos atrás el firme asfalto de la ciudad. Campo, más campo, venga campo. Verde, más verde, venga verde. De vez en cuando, en el colmo de la emoción, alguna casa cuyos habitantes quizá habían oído hablar de la civilización. Pero no era seguro.