Anastasia, por supuesto
-¡Anastasia!
-¿Eh? -Anastasia abrió los ojos medio grogui. Su habitación estaba oscura y al principio no lograba acordarse de qué día era. Pero reconoció la voz. Era la de su madre y estaba enfadada.
También se oía otro ruido, una especie de llanto, como si alguien hubiera dejado un niño pequeño en la puerta.
«Estupendo -pensó Anastasia mientras se incorporaba para sentarse en la cama-, es lo que nos faltaba: un bebé en la entrada, con una notita patética enganchada en la camiseta».