En 1892, apenas un lustro después de la aparición de Estudio en escarlata, la primera de las novelas protagonizadas por Sherlock Holmes, uno de sus contemporáneos de carne y hueso, británico como él y también imbuido de uno de los tótems de su tiempo, el razonamiento deductivo como vía para llegar a la verdad (uno de los emblemas del positivismo), ideó a Grodman, vecino de uno de tantos brumosos barrios londinenses de clase media y mente inquieta capaz de enfentarse a peculiares desafíos, como tendremos ocasión de comprobar en este breve relato, en la muy negra tradición de De Quincey y atravesado, de principio a fin, por una comicidad perversamente deliciosa, tan del gusto del temperamento inglés. Una casera impresionable, "un caballero de los pies a la cabeza " mutado en sindicalista, un torpe inspector de policía y el citado Grodman, ex detective hastiado de crímenes "sin originalidad, sin estilo, sin inspiración ni creatividad" y consumido por una "creciente pasión científica", son los actores de un 'drama' que parece mostrarnos -con gozosa ironía- los peligros del aburrimiento y la ociosidad...

En 1892, apenas un lustro después de la aparición de Estudio en escarlata, la primera de las novelas protagonizadas por Sherlock Holmes, uno de sus contemporáneos de carne y hueso, británico como él y también imbuido de uno de los tótems de su tiempo, el razonamiento deductivo como vía para llegar a la verdad (uno de los emblemas del positivismo), ideó a Grodman, vecino de uno de tantos brumosos barrios londinenses de clase media y mente inquieta capaz de enfentarse a peculiares desafíos, como tendremos ocasión... Seguir leyendo