La primavera ha llegado y Miyuki quiere ver cómo florece el jardín de su abuelo. La niña está impaciente y quiere que el anciano se levante rápidamente para ir a ver las plantas. Pero el buen hombre arguye que no hay prisa y la invita a disfrutar del momento. A pesar de todo, la impaciencia de la pequeña protagonista le hace sucumbir. Miyuki ve que una flor no está abierta y quiere que se abra. El abuelo le dice que cada una tiene su ritmo, pero la niña no escucha y decide salir en busca de agua pura para ayudarla a florecer. A pesar de los consejos y de los beneficios de la espera, de los que tanto le habla la gente, ella nunca se detiene. Un cuento muy hermoso sobre el arte de la paciencia y la observación diaria ilustrado con dulzura y delicadeza, a la altura de un texto poético y sutil.
La primavera ha llegado y Miyuki quiere ver cómo florece el jardín de su abuelo. La niña está impaciente y quiere que el anciano se levante rápidamente para ir a ver las plantas. Pero el buen hombre arguye que no hay prisa y la invita a disfrutar del momento. A pesar de todo, la impaciencia de la pequeña protagonista le hace sucumbir. Miyuki ve que una flor no está abierta y quiere que se abra. El abuelo le dice que cada una tiene su ritmo, pero la niña no escucha y decide salir en busca de agua pura para ayudarla a florecer. A... Seguir leyendo
Espera, Miyuki
La primavera se viste para su primer amanecer, tierra azul y luna naranja.
El jardín se despierta y Miyuki, ya levantada, corre descalza y riendo entre los bancales.
Lo examina todo y deprisa, deprisa, se asegura de que el mundo está listo.