La vida de Magda Hollander-Lafon se detuvo a los dieciséis años. En Auschwitz, confusa y aterrada por el confinamiento en el infierno, una kapo le mostró una columna de humo como respuesta a las preguntas sobre el paradero de su familia. A pesar de aquel tiempo en el averno, sobrevivió para contar cómo se puede afrontar el futuro con esperanza. Sus palabras, casi versos, conforman un camino de detalles, momentos puntuales y paisajes aterradores de obligada lectura. La sensibilidad con la que refleja esta colección de recuerdos que, según indica la nota histórica, tardó treinta años en recopilar, perturba al lector de manera irremediable. Dividido en dos partes, pasado y presente (en junio de 2017 cumplió 90 años) confluyen en el logro de la paz interior gracias, especialmente, a las creencias religiosas. A pesar de ser una escritora amateur, destaca la intensidad y precisión que destila su estructura narrativa. Los adolescentes tienen la oportunidad de descubrir los polos opuestos de la condición humana, (la maldad en su máximo exponente frente a la inocencia de quienes lo han perdido todo), a la vez que nuevas voces para evitar el olvido de uno de los pasajes más oscuros y tristes de la historia contemporánea.
La vida de Magda Hollander-Lafon se detuvo a los dieciséis años. En Auschwitz, confusa y aterrada por el confinamiento en el infierno, una kapo le mostró una columna de humo como respuesta a las preguntas sobre el paradero de su familia. A pesar de aquel tiempo en el averno, sobrevivió para contar cómo se puede afrontar el futuro con esperanza. Sus palabras, casi versos, conforman un camino de detalles, momentos puntuales y paisajes aterradores de obligada lectura. La sensibilidad con la que refleja esta colección de recuerdos que,... Seguir leyendo
Cuatro mendrugos de pan
Mi memoria se abre dolorosamente a base de llamadas. Salgo de ese largo túnel en el que me han enterrado.
Millares de miradas han desaparecido.
Sin saber por qué. Me llaman.
Están llenas de pena.
De humillación.
Encendidas por el hambre.
Apagadas por la sed.
La mirada crispada de una compañera con los colmillos de un perro hundidos en la carne.