Wells pasó a la historia de la literatura universal por relatos como este, publicado a finales del XIX en sucesivas entregas semanales a través de la revista británica revista Pearson's Magazine. La obra agita el mar de fondo de las debilidades humanas con la historia de Griffin, un joven científico que abandona la carrera de Medicina para emplear su portentoso intelecto en lograr, mediante el manipulado de la refracción de la luz, la condición de invisibilidad de un ente material. El protagonista no reflexiona sobre la utilidad de dicho hallazgo ni las consecuencias que pudieran derivarse del mismo, que parece fácil adivinar y temer. Envanecido ante la gloria futura, experimenta sobre su propia persona, hasta que el asunto, paradójicamente, sale a la luz, provocando una mezcla de desconcierto y horror entre sus congéneres, y precipitando un final que podemos intuir casi desde el comienzo de esta turbadora novela. Un texto que aborda brillantemente uno de los miedos de aquella época que, trágicamente, se tornaría real: el alcance de una experimentación científica carente de referentes éticos y la mala praxis de algunos investigadores. Una inquietante fábula moral a la que siempre es una delicia regresar, que aquí alcanza cotas superiores a anteriores versiones gracias a las inquietantes ilustraciones del veterano dibujante e ilustrador argentino Luis Scafati, una colección de imágenes que provocan desasosiego, al mismo tiempo que el personaje principal va consumiéndose entre las consecuencias de su propia experiencia.
Wells pasó a la historia de la literatura universal por relatos como este, publicado a finales del XIX en sucesivas entregas semanales a través de la revista británica revista Pearson's Magazine. La obra agita el mar de fondo de las debilidades humanas con la historia de Griffin, un joven científico que abandona la carrera de Medicina para emplear su portentoso intelecto en lograr, mediante el manipulado de la... Seguir leyendo
El Hombre Invisible
El forastero llegó un día gélido de principios de febrero, después de atravesar a pie las colinas desde la estación de Bramblehurst en medio de un viento cortante y una fuerte nevada -la última del año-, llevando en una mano enguantada un maletín negro. Iba muy abrigado de la cabeza a los pies, y el ala de su sombrero de fieltro le ocultaba todo el rostro, a excepción de la brillante punta de la nariz. Se le había amontonado nieve en los hombros y en el pecho, que tambiéna añadía una cresta blanca al equipaje. Entró tambaleándose en la posada Coach and Horses más muerto que vivo y tiró la maleta al suelo.
-¡Un fuego -gritó-, por caridad! ¡Una habitación con un fuego!