Javi y su prima Luchi pasan sus vacaciones de verano en la finca familiar de la que han disfrutado ya cuatro generaciones. La agricultura ha sido, tradicionalmente, la fuente de ingresos para algunos de los miembros del clan. Durante su labor en el campo pretenden arrancar una anciana parra, un hecho que no pasa desapercibido para los protagonistas tras descubrir, a través de un anciano del pueblo al que muchos consideran decrépito, que es el símbolo de una promesa realizada a los bisabuelos, un recuerdo de otro tiempo que puede desaparecer. Juntos lucharán por mantener la herencia de sus antepasados a través de una investigación, con aroma de clásico de aventuras, que va transformándose en una bella alegoría de la vida rural. Capturada con la poesía gráfica habitual que el artista vallisoletano Jesús Aguado imprime a sus creaciones, las láminas esbozan a carboncillo las escenas más destacadas de la trama en un juego de sombras y variados planos. Numerosos temas y valores, como el respeto a los mayores o la protección de la naturaleza, subyacen en la historia que la autora y profesora madrileña construye con elegancia y gran lirismo sin caer en la moralina. Un bello relato especialmente recomendable para saborear, junto a la "uva de la mejor parra" al final de la temporada estival.
Javi y su prima Luchi pasan sus vacaciones de verano en la finca familiar de la que han disfrutado ya cuatro generaciones. La agricultura ha sido, tradicionalmente, la fuente de ingresos para algunos de los miembros del clan. Durante su labor en el campo pretenden arrancar una anciana parra, un hecho que no pasa desapercibido para los protagonistas tras descubrir, a través de un anciano del pueblo al que muchos consideran decrépito, que es el símbolo de una promesa realizada a los bisabuelos, un recuerdo de otro tiempo que puede... Seguir leyendo
El juramento de las tres jotas
Javier era un chaval de campo, eso decía su abuelo Juan, y ambos se sentían orgullosos de serlo. Tenía debilidad por ese nieto que disfrutaba recogiendo melones, manchándose las manos de barro y subiendo al tractor mientras él araba los bancales.
- ¡Este es un Martín de verdad! -exclamaba más ancho que largo.
Porque los Martín eran gente de campo desde hacía tantas generaciones que nadie se acordaba de cuál había sido la primera.