Ricardo y “Giacomo” planean una travesura, un acto que va a poner a prueba su valentía a escondidas de Carla: se encerrarán en el zoo a pasar la noche. Sin embargo, al poco tiempo de cerrar el acceso al público son descubiertos, aunque no precisamente por un vigilante… De la mano de los nuevos “amigos” que van desfilando ante sus ojos, la pareja podrá conocer algunos misterios y curiosidades sobre el reino animal: ¿Cómo le creció la trompa a los elefantes? ¿Cuál es la raíz del mal que el hombre lleva haciendo a los habitantes de la naturaleza desde cientos de miles de años atrás? ¿Qué especies han sido adoradas como divinidades? Cuentos no siempre con final feliz, relatos futuristas, leyendas ancestrales, escenas que retratan la realidad de estos espacios destinados a conservar y criar diferentes ejemplares para que sean contemplados por el público. Palabras, en definitiva, que siempre invitan a reflexionar sobre nuestros comportamientos humanos y que provocan melancolía, rescatados de forma especial por A fin de Cuentos para conmemorar el centenario del nacimiento del gran Gianni Rodari, un autor fundamental que atesora una fuente inagotable de buenas historias. La propuesta está condimentada con las exquisitas ilustraciones de Maite Mutuberria, escenas evocadoras protagonizadas por personajes estilizados, en las que la autora navarra, ganadora de varios premios de literatura infantil, periodismo y comunicación audiovisual en estos años, fusiona elementos fantásticos, el presente y el pasado.
Ricardo y “Giacomo” planean una travesura, un acto que va a poner a prueba su valentía a escondidas de Carla: se encerrarán en el zoo a pasar la noche. Sin embargo, al poco tiempo de cerrar el acceso al público son descubiertos, aunque no precisamente por un vigilante… De la mano de los nuevos “amigos” que van desfilando ante sus ojos, la pareja podrá conocer algunos misterios y curiosidades sobre el reino animal: ¿Cómo le creció la trompa a los elefantes? ¿Cuál es... Seguir leyendo
El zoo de las historias
Tenía ocho años cuando viví la aventura que estoy a punto de narrar. Por supuesto, ya entonces me llamaban Giacomo, como ahora; pero solo en la escuela:
- Riva Giacomo.
- ¡Presente!
En casa, entre los míos, y en el barrio, entre los amigos, me llamaban simplemente Mino.
- Mino, estudia la lección.
- Mino, ve a traerme la leche.
- Mino, ¿vienes a jugar?