Lea pasa las tardes en casa de su abuelo, que ejerce como portero -a la antigua usanza, una especie “en peligro de extinción”, como él mismo describe-; de un bloque de edificios. Con pocas opciones para el juego, una de sus ocupaciones principales es observar atentamente los tendederos de los vecinos para intuir, por las prendas que están colgadas, las vidas de cada uno de los inquilinos. Pronto comprobará, a medida que va conociendo en persona a los habitantes, que su diagnóstico es totalmente fallido y fue más fruto de su imaginación que de la realidad. Un texto evocador que sirve para desterrar prejuicios e invitar a los lectores a conocer un poco más de cerca a aquellos con los que compartimos edificio a diario, hilado con algunos toques humorísticos y una estructura inteligente que permite ir desvelando, en cada capítulo, la realidad de cada casa. La protagonista, como "Jeff" Jefferies en La ventana indiscreta, controla todos los movimientos del tendal desde el patio, ejerce como cronista de la comunidad y, de forma involuntaria, como argamasa para unir a un grupo de desconocidos que, sin saberlo, tienen mucho en común. La novela obtuvo el XI Premio Ciudad de Málaga de literatura infantil y ha contado con las ilustraciones de Juan Berrio, fiel al estilo de línea clara con el que lleva conquistando al público desde principios de la década del 2000.
Lea pasa las tardes en casa de su abuelo, que ejerce como portero -a la antigua usanza, una especie “en peligro de extinción”, como él mismo describe-; de un bloque de edificios. Con pocas opciones para el juego, una de sus ocupaciones principales es observar atentamente los tendederos de los vecinos para intuir, por las prendas que están colgadas, las vidas de cada uno de los inquilinos. Pronto comprobará, a medida que va conociendo en persona a los habitantes, que su diagnóstico es totalmente fallido y fue... Seguir leyendo
Patio de luces
Las tardes de los viernes las paso con mi abuelo.
Me viene a recoger al colegio y volvemos rápidamente a su edificio.
- Date prisa, Lea, que tendría que estar trabajando. -El abuelo camina dando zancadas y yo, para seguirlo, tengo que correr- ¡Cualquier día me cambian por una máquina!
Al abuelo le gusta exagerar. También reír. Todo le hace gracia. Sobre todo lo que yo hago y digo.