Entre peluches de Naranjito y otros muñecos, gorras, mochilas y hasta cubos de Rubik no hay ni rastro de la pelota (“blanca y roja, del Sporting de Gijón”); encajada en el árbol del patio en el que los niños juegan en el recreo. ¿Qué no haríamos por un hermano que llora desconsolado ante un incidente de este calibre? (para él no hay consuelo posible) Sara, desesperada por el llanto, trepa por el interior de la copa del ejemplar más frondoso del colegio con pocas esperanzas, pero en lo más alto encuentra algo que jamás habría imaginado. El Vigilante observa varias realidades, presentes, pasadas y futuras, al mismo tiempo, atento a cada suceso (“cada patada, cada partido, cada niño que se chiva de algo…”). Junto a él iniciará un sorprendente (y descacharrante) recorrido a la búsqueda del esférico. El tercer capítulo de esta serie de cómics, orientados a los niños/as que están dando sus primeros pasos en el noveno arte de forma autónoma, mantiene el excelente nivel y la originalidad de los anteriores. Todos ellos están ambientados en un escenario casi mítico, que el guionista conoce bien por su labor profesional en el día a día, el patio de la escuela, un lugar al que tanto pequeños como mayores seguro que tienen asociadas miles de historias y recuerdos que, gracias al inconfundible trabajo gráfico de Monteys, aparecen esbozadas en forma de pequeños detalles y guiños humorísticos que garantizan la sonrisa a cualquier edad.

Entre peluches de Naranjito y otros muñecos, gorras, mochilas y hasta cubos de Rubik no hay ni rastro de la pelota (“blanca y roja, del Sporting de Gijón”); encajada en el árbol del patio en el que los niños juegan en el recreo. ¿Qué no haríamos por un hermano que llora desconsolado ante un incidente de este calibre? (para él no hay consuelo posible) Sara, desesperada por el llanto, trepa por el interior de la copa del ejemplar más frondoso del colegio con pocas esperanzas,... Seguir leyendo