Los primeros viajes del célebre artista japonés Mitsumasa Anno (1923-2020) al Viejo Continente datan de mediados de la década de los 50 del siglo XX. El impacto que produjo en el dibujante y escritor la variada naturaleza que encontró en su periplo por países como Dinamarca, Alemania o Italia quedó reflejado en este libro, tejido a base de bellísimas ilustraciones, repletas de detalles tras los que se adivina la realización apasionada de un maestro miniaturista. En cada lugar intuye tantas historias como personas encuentra a su paso, impresiones y sentimientos que Anno capta en veintiún movimientos, escenas de vida cotidiana y convivencia pacífica, fragmentos que ayudan a comprender cómo era el día a día en aquellos entornos, desvelan anécdotas, descripciones fidedignas, apuntes de antropología, referencias artísticas, históricas y culturales, cuentos, oficios e incluso recuerdos divertidos. Un pequeño catálogo de situaciones que no necesitarían comentarios para cautivar a cualquier lector gracias a la depurada técnica, basada en una contemplación sosegada y analítica de los paisajes. El libro también incluye una propuesta de juego: hay que encontrar a personajes literarios bien conocidos como Don Quijote o Caperucita, entre otros, escondidos en las diversas escenas. El álbum, editado por Kalandraka, vio la luz por primera vez en 1977 y ahora podemos disfrutar sus contenidos gracias a una excelente y nueva edición.
Los primeros viajes del célebre artista japonés Mitsumasa Anno (1923-2020) al Viejo Continente datan de mediados de la década de los 50 del siglo XX. El impacto que produjo en el dibujante y escritor la variada naturaleza que encontró en su periplo por países como Dinamarca, Alemania o Italia quedó reflejado en este libro, tejido a base de bellísimas ilustraciones, repletas de detalles... Seguir leyendo
LOS VIAJES
El camino se prolongaba más allá del horizonte. Atravesaba colinas, cruzaba ríos y bordeaba verdes prados interminables. Había bosques y manantiales por doquier. En los bosques vivían ciervos y en los arroyos nadaban truchas.
Apartadas de la carretera, las casas se apiñaban formando un poblado. Siempre había que franquear algún arco o puerta para entrar.