La historia de Pol tal vez es la historia de muchos adultos de hoy. Nuestra convivencia actual integra las biografías de aquellos niños y niñas que fueron trasplantados de ciudad, pueblo, comunidad... Durante buena parte del siglo XX, los abuelos de los niños de hoy avanzaron en el campo profesional aceptando ofertas que implicaban movilidad geográfica y, en muchos casos, eso suponía una mejora de la calidad de vida pero una sensación de profundo desarraigo en los más pequeños de la familia, que se veían obligados a abandonar su grupo de amigos, escuela, entorno conocido...
Pol deja el sur por un pueblo castellano. Su actitud frente a la nueva realidad es de enfado e irritación, no acepta la sociedad en la que debe integrarse y describe, con la elegancia habitual que siempre destila la pluma de Mónica Rodríguez, las sensaciones de soledad e impotencia que le asolan. Pero el libro es mucho más que un canto amargo sobre la inadaptación, hay una fusión perfecta de fina ironía, esbozos de etnología rural (maravillosa la recuperación que la autora realiza de platos, formas de hablar en peligro de extinción, leyendas...); destila humor inteligente y sensibilidad, especialmente a la hora de describir los acuerdos y desacuerdos que brotan en las relaciones. Buena parte de los jóvenes que se han visto obligados a cambiar de lugar de residencia en contra de su voluntad se verán reflejados en este bello relato, un acicate perfecto para superar dificultades con optimismo y replantear el verdadero significado de la palabra “patria”.
La historia de Pol tal vez es la historia de muchos adultos de hoy. Nuestra convivencia actual integra las biografías de aquellos niños y niñas que fueron trasplantados de ciudad, pueblo, comunidad... Durante buena parte del siglo XX, los abuelos de los niños de hoy avanzaron en el campo profesional aceptando ofertas que implicaban movilidad geográfica y, en muchos casos, eso suponía una mejora de la calidad de vida pero una sensación de profundo desarraigo en los más pequeños de la... Seguir leyendo
L.
1. El exilio
Yo no quería irme. Era como sacar a una cría de su nido. Fui todo el camino protestando y cuando me cansé, cerré los ojos dispuesto a no volver a abrirlos. No vería el lugar al que nos dirigíamos ni el paisaje que dejábamos atrás. Imaginé los pájaros posados en los olivos y en los cables eléctricos viendo cómo se alejaba nuestro coche cargado de maletas. Cabeceaban tan disgustados como yo. Piaban.