Todo aquel que, alguna vez, se haya sentido herido y frustrado por las circunstancias adversas que va planteando la vida, ha deseado encontrar la puerta a un mundo alternativo, un lugar en el que solo reinasen los buenos sentimientos y pudiéramos expresarnos con naturalidad sin temor a las respuestas. En un mundo digital como el actual los niños (y los mayores) precisan, más que nunca a raíz de lo vivido en los últimos dos años, realidades analógicas, sentimientos sinceros, un abrazo en el momento adecuado, como vehículo para conectar de nuevo con la realidad. Quien mejor que Jimmy Liao para convertir esas emociones tan poderosas en ilustraciones evocadoras y llenas de magia, pequeñas obras de arte protagonizadas por menores que, desde sus espacios cotidianos, tratan de establecer contacto con todo aquello que les rodea, ya sean personas, objetos, animales o vegetales. Alternando el color con el blanco y negro, y fiel al estilo que le ha encumbrado al Olimpo de los artistas gráficos en las últimas décadas (especialmente a partir de 2001); el autor taiwanés mantiene su exigente proceso de depuración en cada propuesta gráfica, elaborando cada imagen en un procedimiento enteramente artesanal (lápiz, acuarela, acrílico, ceras, tinta china…); con el que reivindica el poder de los sentimientos y de la cercanía sincera como vehículo para revertir situaciones de tristeza, máxima que ha enarbolado durante buena parte de su producción literaria.
Todo aquel que, alguna vez, se haya sentido herido y frustrado por las circunstancias adversas que va planteando la vida, ha deseado encontrar la puerta a un mundo alternativo, un lugar en el que solo reinasen los buenos sentimientos y pudiéramos expresarnos con naturalidad sin temor a las respuestas. En un mundo digital como el actual los niños (y los mayores) precisan, más que nunca a raíz de lo vivido en los últimos dos años, realidades analógicas, sentimientos sinceros, un abrazo en el momento adecuado,... Seguir leyendo
Frente a frente
En el último metro, el muchacho
murmuraba con la frente apoyada
contra la puerta.
Reflejado en el cristal, frente a frente,
era como si hubiera encontrado
a alguien con quien charlar a gusto.
Y entonces se echó a llorar.