Cuando Silke salía al patio, sus compañeros se iban corriendo en direcciones opuestas. Confusa ante el individualismo y ante las conductas hostiles e incomprensibles, ella siempre prefirió perseguir a las ardillas o compartir almuerzo con un zorro, convivientes más amables y cariñosos en un entorno ya de por sí helado como el que dibujan las autoras. Ellos, y otros animales, arropan a la protagonista cuando el temporal arrecia. Momento en el que aprende de su profesora que los iglús son excelentes moradas para aislarse del hielo y en cuyo interior es posible una vida "agradable y cómoda". Quizá como punto de fuga a la situación que está viviendo, atraída por la descripción, decide iniciar una construcción que le granjeará resultados inesperados. Una metáfora ilustrada, de gran belleza, que ayudará a los lectores a cimentar la confianza en ellos mismos y hacer frente con el arma más poderosa a las situaciones de acoso o discriminación. Al mismo tiempo constituye un bonito alegato sobre el poder y la belleza de la naturaleza, labrado con brumosas ilustraciones cargadas de lirismo.
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Cuando Silke salía al patio, sus compañeros se iban corriendo en direcciones opuestas. Confusa ante el individualismo y ante las conductas hostiles e incomprensibles, ella siempre prefirió perseguir a las ardillas o compartir almuerzo con un zorro, convivientes más amables y cariñosos en un entorno ya de por sí helado como el que dibujan las autoras. Ellos, y otros animales, arropan a la protagonista cuando el temporal arrecia. Momento en el que aprende de su profesora que los iglús son excelentes moradas para... Seguir leyendo
El palacio de Silke
Silke siempre se quedaba quieta en mitad del patio.
Sí. Se quedaba quieta como el árbol pequeño que crece en un claro del bosque.
Como un pez rojo y diminuto que, en el centro del océano, no sabe qué dirección tomar.
Como un zorro descubierto por los faros en mitad de la carretera.