¿Es posible un acercamiento original a la conocidísima historia de Caperucita Roja hoy día? Este cuento de hadas, procedente de la tradición oral francesa, alcanzó sus máximas cotas de popularidad gracias a las versiones de Charles Perrault, primero, y de los Hermanos Grimm después. Con el paso del tiempo hemos conocido adaptaciones cinematográficas, teatrales, incluso videojuegos que redundan en el relato de la joven que decidió atravesar el bosque para llegar a casa de la abuela y se topó con un malvado lobo. Casi todas las generaciones han crecido con el arrullo de su narración oral. La artista Concha Pasamar consigue despertar nuevas emociones gracias a una imponente factura visual, de corte hiperrealista, labrada en tonalidades negras y rojas a través del grafito y el retoque digital. Cada escena, obras de arte independientes en sí mismas, se despliega a página completa o en doble hoja ofreciendo el abrigo necesario a un relato siempre inquietante (también ha tenido recreaciones ligadas al género del terror o en la literatura gótica); que culmina con una moraleja en verso, cosecha también de la autora y profesora, con la que podemos hacernos una idea de cómo son los lobos más habituales que existen, hoy día, en nuestra sociedad. Un espectáculo visual que precisa de muy pocos caracteres para impresionar al lector, por mucho que haya escuchado mil veces cuando era pequeño aquella leyenda que encumbró a sus protagonistas como iconos de la cultura popular.
¿Es posible un acercamiento original a la conocidísima historia de Caperucita Roja hoy día? Este cuento de hadas, procedente de la tradición oral francesa, alcanzó sus máximas cotas de popularidad gracias a las versiones de Charles Perrault, primero, y de los Hermanos Grimm después. Con el paso del tiempo hemos conocido adaptaciones cinematográficas, teatrales, incluso videojuegos que redundan en el relato de la joven que decidió atravesar el bosque para llegar a casa de la abuela y se... Seguir leyendo
Caperucita Roja
HUBO una vez, según me contaron, una niña.
Vivía en un pueblo, y era la más bonita que se haya visto nunca: hacía las delicias de su madre, y no digamos de su abuela, a la que tenía loca. Esta encargó una tela de un precioso carmín y con ella, puntada a puntada, le cosió una capellina roja que le sentaba tan bien y llamaba tanto la atención, que todo el mundo comenzó a llamar así a la niña: Caperucita Roja.