La sombra de la daga
Mi padre había muerto. Podía ver sus manos cruzadas sobre la cruz de su espada y sin embargo, aún oía su voz retumbando en las bóvedad del palacio.
Mi padre había muerto. Desde mi sitial en el altar de la capilla veía las puntas afiladas de sus calzas, inmóviles sobre el túmulo bordado con nuestro escudo, y yo temblaba.