El oro del depredador
Freya se despertó temprano y se quedó aún un rato en la oscuridad, sintiendo que su ciudad se estremecía y se balanceaba por debajo de ella mientras sus poderosos motores la propulsaban deslizándola a través del hielo. Adormilada, esperó a que vinieran los sirvientes para ayudarla a levantarse. Le llevó unos instantes recordar que todos estaban muertos.
Apartó la colcha, encendió la lámpara de argón y avanzó torpemente hacia el baño entre los polvorientos montones de ropas tirados en el suelo.