Jules Verne
Un viajero, ingeniero de Kentucky, que reveló al doctor su nombre y profesión, estaba ya embarcado. Nos sentamos a su lado. Ya separando los témpanos, ya rompiéndolos, la barca llegó al medio del río, donde había un paso libre. Desde allí dirigimos la última mirada a la admirable catarata del Niágara. Nuestro compañero la examinaba atentamente...
–¡Qué hermosa es! –le dije–. ¡Es admirable!
–Sí –me respondió–, pero ¡cuánta fuerza motriz desperdiciada! ¡Qué molino se podría tener en movimiento con semejante salto de agua!
Jamás he experimentado más feroz deseo de echar un ingeniero al agua.
El que tan maliciosas intenciones concibiera habría de ser el padre de la ciencia-ficción: Jules Verne...