El Diablo enamorado
A los veinticinco años yo era el capitán de los guardias del rey de Nápoles. Llevábamos una vida de camaradería y, como jóvenes que éramos, nos dedicábamos a las mujeres y al juego en la medida en que lo permitía nuestra bolsa, y filosofábamos en los cuarteles cuando no nos quedaba otro recurso. Una noche, después de habernos agotado en razonamientos de toda índole alrededor de un pequeño frasco de vino de Chipre y algunas castañas secas, la conversación recayó sobre la cábala y los cabalistas.