Cuentos de horror
Durante un día apagado, sombrío y silencioso del otoño, bajo el ciclo opresor de las nubes bajas, había yo viajado a caballo a través de una extensión singularmente árida de la campiña. Al fin, cuando las sombras de la noche iban cayendo, me hallé ante la vista de la melancólica mansión de los Usher. No sé cómo fue; pero lo cierto es que al primer vistazo del edificio, un sentimiento insufrible de tristeza invadió mi espíritu. Digo insufrible, porque aquella sensación no era aliviada por ninguno de esos sentimientos semiagradables, por lo que puedan tener de poético, con que la mente suele recibir incluso las más torvas imágenes de lo desolado o lo terrible.