Gallego. A la orilla del mar
Él lo sabía, O Rapaciño, cumplidos los noventa años, sabía que le quedaba poco por hacer. O Rapaciño no tenía empeño sino en molestar poco. En el fondo sólo quería irse sin hacer ruido. Hablaba poco y nunca para molestar. Rapaz, Rapaciño, lo llamaban O Rapaciño. El nombre propio y los apellidos se habían caído de no usarlos; estaban en el registro parroquial, si aún estaban, que a los ratones de sacristía, de siempre, les gustó mucho roer papel.