Los enanos amarillos
Arild estaba solo en casa. No le gustaba llegar el primero. Hoy el gran piso estaba aún más vacío que de costumbre. ¿Y si llamaba a papá al trabajo? Fue a la entrada y levantó el auricular, pero el teléfono estaba como muerto. Intentó marcar los ocho números, pero el aparato seguía en silencio.
Arild se guardó la llave en el bolsillo y salió a la escalera. Siempre había alguien subiendo o bajando, o haciendo ruido con algún cochecito de bebé. Ahora sólo había silencio.
Tendría que hacer él mismo algo de ruido, así que bajó a todo correr las escaleras desde el cuarto piso dando golpes en la barandilla.