Omega y la osa
Ella iba dejando rastros a su paso. En las pendientes de la montaña. Sus huellas parecían estrellas en las tierras cubiertas de maleza. Omega la veía a veces desde la ventana de su cuarto. Al anochecer. La divisaba allá, alejada del pueblo. En la linde del bosque. La cara de la niña, con la frente pegada al cristal, atisbando la imponente silueta de la osa. Omega permanecía allí inmóvil hasta la llegada del alba. Era entonces cuando alzaba la mano y la agitaba suavemente en señal de despedida.