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Maite Carranza comparte algunas de las historias que marcaron su trayectoria como lectora y escritora

Escribir me encanta, me lo paso bien escribiendo. Me río con mis personajes, me divierto viajando sobre el papel y disfruto haciendo y deshaciendo a mi gusto. Estoy convencida de que gracias a la literatura me ahorro un montón de dinero en psicoanalistas. Si no escribiese sería insoportable.
 
En: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil. – Barcelona, [S.d.], N. 24, P. 33
 
Maite Carranza lleva publicando literatura infantil y juvenil desde mediados de los años 80, actividad que compagina con la escritura de guiones para el cine y la televisión. Está considerada una de las autoras más importantes y prestigiosas del panorama nacional, ha obtenido los más prestigiosos premios vinculados a este subsector y gran popularidad con distintas generaciones de lectores.
 
Nació en Barcelona y creció descubriendo a diversos autores ingleses, franceses y rusos, ellos fueron los responsables de sus lecturas de cabecera. Licenciada en Antropología por la Universidad de Barcelona, ejerció como profesora de Lengua y Literatura Catalanas en el Instituto Joanot Martorell de Esplugues hasta el año 1992, fecha en la que abandonó la docencia para centrarse en la literatura.
 
"En la Cerdanya, rodeada de montañas, escribí mi primera novela juvenil que salió publicada en el 1986". Aquella primera incursión recibió el premio de la Crítica Serra d’Or.
Tan solo unos años más tarde, en los comienzos de la década de los noventa, ya había publicado una veintena de libros y ganado unos cuantos premios, sin embargo se centró en su faceta como guionista y abandonó temporalemente la creación literaria. Su firma está presente en diversas series televisivas y programas que marcaron época en televisión, como Pinnic (TVE) y otras propuestas para TVE3.
 
En 1999 publicó su primera obra para adultos, Sin Invierno, donde ya denunciaba los peligros del cambio climático y la globalización. En 2002 obtuvo el Premio Edebé gracias a ¿Quieres ser el novio de mi hermana? Dos años más tarde se embarcó en la creación de la trilogía La Guerra de las Brujas, (El Clan de la Loba, El Desierto de hielo y La Maldición de Odi), auténtico éxito de traducciones y ventas que le permitió acceder a otros mercados.
 
Otras de sus obras más celebradas son Palabras envenenadas (2010), una novela crossover sobre el abuso sexual infantil con la que obtuvo los premios Edebé, El Templo de las mil puertas, el Premio de la Crítica Serra d’Or, el Premio Nacional de literatura juvenil, el Premio Banco del Libro o el FADA; El fruto de baobab (2013) sobre la mutilación genital femenina; ¡Calla, Càndida, Calla!, Caminos de Libertad (Premio Vaixell de Vapor 2016), La película de la vida o Una bala para el recuerdo, ambientada en la guerra civil española y en la que recoge un episodio real protagonizado por un niño republicano que rescata a su padre de un campo de prisioneros franquista.
 
También ha cultivado con éxito la literatura para los más pequeños, especialmente a través de la colección protagonizada por Víctor Yubacuto, un simpático y travieso niño que sirve a la autora para reflexionar sobre diversos asuntos del mundo actual con una mirada transgresora. Contiene títulos como Los vampiros, Los romanos, Los duendes, Los neandertales, Las meninas, Los zombis y Las medusas
 
El año 2014 recogió en Alcalá de Henares (Madrid) el Premio Cervantes Chico con el que se reconoce toda su trayectoria literaria. Puedes descubrir todas sus obras en Canal Lector.
 
 
Maite en su visita al club de lectores juvenil de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez hace unos años
 
Indispensable en la maleta de Maite Carranza

Los viajes de Kasperle, de Josephine Siebe
(Barcelona: Noguer)

Deliciosa colección de libros protagonizada por un muñeco de guiñol goloso, descarado y bromista. Kasperle era excesivo en todo, en sus lloros, en sus hartazgos, en su alegría, en su pena, en su cansancio. Era como un niño elevado al cubo, inmediato, caprichoso y primario y, naturalmente muy, muy divertido. Poco conocido en España, me enteré años más tarde que era un personaje muy famoso en Centroeuropa. Sus libros estaban en la biblioteca de mi padre y poblaron de risas mi infancia.

Guillermo el rebelde, de Richmal Crompton
(
Barcelona: Molino)

Mi héroe preferido, el antihéroe por excelencia. El proscrito, el soñador empedernido, el gran incomprendido. Quiénes leímos a Guillermo el rebelde nunca aprobamos la docilidad pactista de Enyd Blyton. Guillermo, que bebía agua de regaliz en su viejo cobertizo, con sus amigos los proscritos, soñaba en atravesar el lejano oeste, saquear galeones a bordo de un barco pirata, robar bancos  o ser santo y predicar a los animales como San Francisco. La realidad, poblada de pastores airados, vecinas gritonas y verbos franceses, no le seducía en absoluto.  Era enemigo declarado de su familia, de su escuela, de su comunidad y de los Humberto Lanitas, niños colaboracionistas de la peor ralea.  Guillermo Brown me hizo descubrir la palabra transgresión y me hizo intuir lo que significaba el enfrentamiento generacional. Creo que sentó las bases de mi idea sobre la infancia, desde la misma infancia, haciéndome desconfiar de la ley, de los adultos y del buen proceder. Richmal Crompton, curiosamente una institutriz, nos legó interesantes y revolucionarias ideas: los adultos, mantenedores del orden, domestican a los niños rebeldes, el mayor peligro de la civilización futura. Muy clarividente. Le debo mucho a mi queridísimo Guillermo.

El libro de las tierras vírgenes, de Rudyard Kipling
(Madrid: Alianza Editorial)

Un verano de mi infancia en Barcelona, por entonces una ciudad de cemento gris, cayó en mis manos El Libro de las tierras Vírgenes de Kipling y, mágicamente, me transportó a junglas lejanas, pobladas de vegetación exuberante y seres maravillosos. Las leyes de la selva, más sensatas que las leyes humanas, me sedujeron y me empujaron a leer las aventuras de Tarzán, que se convertiría en otro de mis héroes predilectos. El libro de las Tierras Vírgenes me  cautivó por la sabiduría que destilaban sus personajes, muchos de los cuales no aparecen en la recreación del libro de la selva adaptado por Disney. Pero también  sembró dudas sobre la idea redentora de la civilización y del llamado progreso. La mirada desconcertada de un cachorro humano  que no desea serlo me impactó y creo que despertó mi curiosidad acerca de la idea que define a “ser humano”. A lo mejor,  por eso acabé estudiando antropología.

Dos años de vacaciones, de Jules Verne
(
Barcelona: Molino)

Podría haber escogido cualquier otro libro de Verne, el autor que devoré de niña y adolescente. Todos me fascinaron y empujaron mi deseo de viajar y conocer mundo. Pero entre todas las obras siempre me quedó un especial agradecimiento a esa aventura protagonizada por unos jovencísimos náufragos que llegan a una isla. A lo Robinson Crusoe, otro de mis preferidos, unos chicos solos debían enfrentarse a la supervivencia y creaban una comunidad nueva con sus propias normas y leyes. Me sedujo la idea romántica de un mundo sin adultos, sin referentes, sin convenciones. Siempre tuve una especial predilección por las historias fundacionales. Aunque, claro, Verne, a diferencia de William Golding con su Señor de las moscas, fue condescendiente con sus muchachos. Digamos que él estaba más interesado en la aventura y los peligros externos que en ahondar en la oscuridad de sus personajes. Pero a Verne se lo perdono todo.

Crónicas marcianas, de Ray Bradbury
(Barcelona: Minotauro)

Una de mis primeras lecturas juveniles de ciencia ficción leídas en clave de aventura poética. Ray Bradbury me abrió las puertas a Assimov, a Herbert y a muchos otros. Pero él fue el primero, y eso siempre es un gran mérito. Recuerdo que al poco escribí relatos cortos imitando los suyos y me permití ampliar las miras de mis deseos como escritora. La luna estaba ahí, para tomarla, como las galaxias y los mundos que la humanidad aún no había descubierto. Un maravilloso hallazgo.   

 

 

 
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