El limpiabotas
Cruzaba el Limpiabotas la Plaza de las Palmeras Altas cuando lo llamó el Hombre Grueso de la Corbata a Rayas para que le limpiara los zapatos.
El Hombre Grueso suspiraba triste porque, en días así, su mujer le regañaba cuando llegaba a casa.
–¡Hay que ver! ¡Pareces un chiquillo, siempre con barro sucio en los zapatos y en los bajos del pantalón! –le gritaba.
Cuando el Hombre Grueso se fue, el Limpiabotas pensó que el culpable de las manchas de agua sucia era, en realidad, el enorme charco de la Plaza.