El libro negro de los secretos
Cuando abrí los ojos, supe que nada de mi miserable vida hasta ese momento podía ser peor que lo que estaba a punto de suceder. Estaba tendido en el frío suelo de un sótano iluminado con una única vela, a la que apenas le quedaba cera para una hora. De las vigas de madera del techo, colgaban ganchos con instrumental odontológico. Las manchas oscuras del suelo parecían sangre. Sin embargo, lo que acabó de confirmar mis sospechas fue la silla que había al otro lado del sótano. Las gruesas correas de piel unidas a los brazos y las patas estaban allí para un único propósito: sujetar a la reticente víctima. Mamá y papá estaban de pie junto a mí.