Vialla y Romaro
Aún era primavera, tres meses antes de que se celebrara la boda de Vialla y esta abandonara definitivamente la aldea, cuando a un joven aldeano, que se creía muy despabilado, se le ocurrió una gran idea. Aquel día, en vez de roturar la tierra de los campos de remolachas y de regar el trigo que acababa de brotar, como el resto de los hombres y mujeres de su aldea, desde que despuntó el alba, se dedicó a recorrer la zona benigna y dócil del bosque.