Rosy es mi familia
Desconocedor de que el destino estaba a punto de desplomarse sobre él, Adrián Rookwhistle, en mangas de camisa, se entretenía en hacer muecas al espejo. Todas las mañanas a las siete, Adrián, de pie en su ático, se comunicaba de esta manera con su reflejo. El espejo era grande, de ancho marco dorado, y su superficie era gris y picada, como un estanque de hielo cansado tras un duro invierno. Reflejaba a Adrián y a la habitación en una neblina grisácea, como si se viera la escena a través de una gran telaraña. Adrián contemplaba su reflejo con cierta animosidad.