El otro mundo
A las seis, el último destello amarillo de luz solar se escondió tras la montaña y la noche no tardó en caer. Los bancos de nubes, que se habían ido formando en el horizonte a lo largo de la tarde, avanzaban ahora desde el mar, sustituyendo sus tonalidades blancas y naranjas por otras moradas y negras. Y también se estaba levantando viento. No iba a ser una noche agradable. «Hace demasiado calor», murmuró el hombre grueso de pelo entrecano mientras, desde la puerta de la choza, escudriñaba los negros tentáculos de nubes, perfilados en el cielo morado. Arlo Smoot casi podía oler la tormenta avecinándose. A desgana, subió por un empinado sendero.