Un pueblo de la selva amazónica no es el entorno ideal para que se desarrolle quien será el mejor portero del fútbol de todos los tiempos. Allí la vida trascurre entre la pobreza y la peligrosa tarea de extraer madera de la selva. Los hijos continúan la labor de sus padres y las hijas sólo pueden aspirar a casarse con un leñador. En este contexto, Gato aprende de un misterioso Portero enseñanzas vitales que van más allá del fútbol. El misterio y lo sobrenatural determinan este proceso de aprendizaje. Años después, el periodista deportivo Pablo Faustino tiene que cuestionar sus propios prejuicios para comprender el apasionante testimonio que escucha de boca de Gato. Novela extraordinariamente bien escrita. Uno de los logros de Peet es transmitir la sabiduría y espiritualidad que halla en el fútbol. Éste es uno de los muchos méritos que tiene un libro capaz de captar el interés de incluso los lectores más reticentes a este deporte. Entre sus otras cualidades destacan la construcción de la historia a partir de la estructura de una entrevista periodística o el tratamiento de la selva como un personaje más que emerge como protagonista.
Un pueblo de la selva amazónica no es el entorno ideal para que se desarrolle quien será el mejor portero del fútbol de todos los tiempos. Allí la vida trascurre entre la pobreza y la peligrosa tarea de extraer madera de la selva. Los hijos continúan la labor de sus padres y las hijas sólo pueden aspirar a casarse con un leñador. En este contexto, Gato aprende de un misterioso Portero enseñanzas vitales que van más allá del fútbol. El misterio y lo sobrenatural determinan este proceso de aprendizaje.... Seguir leyendo
El portero de la selva
Pablo Faustino metió una cinta virgen en la grabadora y pulsó un par de botones. Como el aparato no se encendía, le dio un manotazo.
-Maldito cacharro –resopló–. Dime, ¿quién es el mejor cronista de fútbol en América del Sur? ¿Quién es el comentarista número uno?
El hombre que estaba mirando por la ventana no se volvió pero la sonrisa se percibió en su voz cuando respondió:
–No lo sé, Pablo. ¿Quién?
–Pues yo. ¿Quién, si no? y sin embargo, ¿crees que la jefa va a proporcionarme una grabadora decente? No, ni hablar.
Volvió a darle un manotazo al aparato y esta vez se encendió una lucecita verde. Faustino se apresuró a sentarse delante del pequeño micrófono y habló.