El mundo perdido
El padre de ella, míster Hungerton, era, en verdad, la persona de menos tacto del mundo: un verdadero papagayo de hombre, fofo, sin sustancia, desaliñado; muy amable, pero sin más panorama qué su propio y estúpido yo. La única cosa capaz de alejarme de Gladys habría sido el pensamiento de un suegro como aquél. Tengo el convencimiento de que allá, en el fondo de su corazón, míster Hungerton creía que mis tres visitas por semana a Los Nogales se debían al placer que yo encontraba en su compañía, y de manera muy particular al de escuchar sus opiniones sobre el bimetalismo, tema en el que llevaba camino de llegar a ser una autoridad.