La moneda perdida
Costaba abrirse paso entre el gentío. Siempre sucedía lo mismo cuando había mercado. El recinto que bordeaba la Torre de Londres se llenaba de tenderetes abarrotados de productos que los vendedores se apresuraban a mostrar diligentes a los posibles compradores. Éstos se mezclaban con estrafalarios pedigüeños y comediantes ambulantes que pululaban en busca de algunas monedas. De poco servían los gritos que profería el escuálido criado intentando abrir paso a sus señores.
–¡Los ilustrísimos lord Henry Coverland y sir Christopher Kennington! –anunciaba.
Los aludidos, un anciano y un joven ambos ricamente vestidos, no podían evitar chocar con la plebe.