A orillas del mal
María escuchaba en silencio la discusión entre Salvari y Kiko cuando la lluvia comenzó a arreciar golpeando con fuerza el techo de uralita. La eterna gotera hizo su aparición matizando el aire pesado de la estancia, y María, envuelta en un suspiro, se levantó de la silla. Al entrar en la cocina reparó en el abuelo. Estaba sentado, con la barbilla apoyada en el bastón y la mirada vacía.