Raimunda Pulga
Aquella noche, cuando Teresa se fue a acostar tras una ardua jornada de libación, tuvo la desagradable sensación de que había alguien en su cama. La abeja echó una mirada furtiva bajo la colcha y exclamó:
–¿Hay alguien ahí?
–No –dijo secamente una vocecita.
Teresa insistió, esta vez más fuerte:
–¿Hay alguien ahí?
–Ya te he dicho que no, y no hace falta gritar –continuó la vocecilla, esta vez irritada.
Teresa no podía creer lo que oía y metió la cabeza entera dentro de la cama antes de sacarla...