El caminero
De esa primera mañana, recuerdo que me desperté antes del amanecer y con la sensación de haber dormido a intervalos cortos y quebradizos. Bajo mi ventana, el prado de tréboles parecía sumido en un letargo anterior a la Creación y, al otro lado de la valla, el quejigal del monte tenía una rara quietud. Una luz gris y sin inspiración apuntalaba la mole atónita de la presa. Cuando despuntaron los cantos de los pájaros, oí a mi padre salir al pasillo, en dirección a la cocina, y yo abrí la puerta de mi cuarto.
-¿Quieres algo? –me preguntó.
-Voy contigo a las obras –le dije.