La piedra del monarca
—Es difícil tener siempre la primera y la última palabra... pero una vez más me atreveré a hacerlo así —dijo el Nigromante, dando unos pasos hasta el borde del precipicio.
Junto a él, los tejados inclinados subían hacia lo alto, vigilados por torres y pináculos solitarios. Unas gárgolas extendían alas, garras y fauces amenazadoramente, como si hubiesen sido petrificadas un momento después de saltar al vacío. De todas maneras, aquel tejado era lo bastante alto como para marear a cualquiera: se prolongaba sobre el cuerpo central del palacio real, la construcción más alta de la ciudad. Erigido con el fin de divisar desde allí el reino entero hasta sus confines...