El despertar de una ecuación
Era una mañana de primavera. Me desperté más descansado de lo habitual, alentado por los cantos de los pájaros. Alcé la mirada a un lado. Vi una ventana abierta, pero una intensa claustrofobia se apoderó de mi cuerpo. La habitación era tan poco acogedora como asfixiante.
Parecía diminuto, como inmenso en ese cubo de Rubik al que tantas horas había dedicado. El tiempo se condensaba, los minutos no pasaban… Desubicado y nervioso, mi incertidumbre crecía por momentos.
Un hombre con bata blanca irrumpió en la sala. Apelé al sentido común para suponer que se trataba de un médico.