Ladrones de cartas
Eran las diez de la mañana de un lunes.
Al volver con su madre del ambulatorio y llegar al portal, a Raúl le había llamado la atención aquel carrito de color amarillo limón que parecía abandonado en la puerta.
Pensó que no podía ser un carro de la compra, por mucho que se le pareciera en la forma, en el asa y en las ruedas. Era demasiado llamativo. Así que, después de comprobar que nadie lo miraba, le levantó la solapa para ver que contenía.
—No seas curioso —le recriminó su madre.