Los muchachos de la calle Pál asisten al cole, a pesar de que se aburren en clase, obedecen a la férrea disciplina que imparte el profesor. Pero cuando salen de clases y están libres de la vigilancia de los adultos, disfrutan de la libertad, la camaradería, el juego y comparten el orgullo que experimentan al conformar un verdadero ejército. Sin embargo, la pandilla pronto comienza a sufrir las provocaciones de una banda rival. Y lo que en un principio fueron episodios aislados derivan en una inevitable batalla en la que entran en juego su territorio y su honor. Por suerte cuentan con el mejor líder y con una brillante estrategia. Pocos clásicos de la literatura juvenil tienen la fuerza, despiertan el entusiasmo y alimentan la imaginación del lector como esta novela húngara. En ella, la proximidad de un relato épico cotidiano converge con una lograda descripción psicológica y una extraordinaria calidad literaria. A pesar de que fue escrita hace más de cien años, no sólo resulta vigente sino que destaca por su originalidad y proximidad con el lector. Nos encontramos frente a uno de esos extraños casos en los que un clásico puede ser una lectura accesible y placentera para el adolescente e influir en la formación de su gusto literario.
Los muchachos de la calle Pál asisten al cole, a pesar de que se aburren en clase, obedecen a la férrea disciplina que imparte el profesor. Pero cuando salen de clases y están libres de la vigilancia de los adultos, disfrutan de la libertad, la camaradería, el juego y comparten el orgullo que experimentan al conformar un verdadero ejército. Sin embargo, la pandilla pronto comienza a sufrir las provocaciones de una banda rival. Y lo que en un principio fueron episodios aislados derivan en una inevitable batalla en la que entran en juego su territorio y... Seguir leyendo
Los muchachos de la calle Pál
A la una menos cuarto se encendía por fin, con gran dificultad, una maravillosa franja color esmeralda en el mechero de Bunsen depositado sobre la cátedra del aula de ciencias naturales; así premiaba la tensa espera después de varios intentos largos e infructuosos y señalaba, por tanto, que el compuesto químico que había de proporcionar un color verde a la llama, según el profesor, efectivamente la había coloreado; y exactamente en ese instante triunfal, a la una menos cuarto, repito, empezó a sonar un organillo en el patio de la casa vecina y acabó de golpe con toda la seriedad que reinaba en la clase.