De ahora en adelante
La fría y lluviosa mañana de finales de septiembre, preludio de un otoño que se anunciaba desapacible, me obligó a ponerme una chaqueta para salir a la calle. Tía Clara, que se había levantado antes que yo, tenía ya el desayuno preparado y me dijo que la temperatura era más baja de lo habitual y, por tanto, convendría que me abrigara. Tía Clara tenía la costumbre de consultar siempre la presión, la humedad relativa del aire y la temperatura en una pequeña estación meteorológica que tenía instalada en la terraza de su casa.