Max no es un pintor, es un coleccionista de momentos que pone a disposición de su vecino, pasado el tiempo, los cuadros que ha ido pintando para que los disfrute en soledad y descubra en ellos historias que sólo él podrá ver y escuchar. El autor consigue integrar en el decurso del relato la palabra y la imagen con el mismo nivel significativo. Nos habla a través del texto, pero también de unas bellísimas y sugerentes imágenes, de la importancia de aprender a mirar, de detenerse ante lo que nos rodea y descubrir que el mundo nos cuenta más cosas de las que en principio vemos.
Max no es un pintor, es un coleccionista de momentos que pone a disposición de su vecino, pasado el tiempo, los cuadros que ha ido pintando para que los disfrute en soledad y descubra en ellos historias que sólo él podrá ver y escuchar. El autor consigue integrar en el decurso del relato la palabra y la imagen con el mismo nivel significativo. Nos habla a través del texto, pero también de unas bellísimas y sugerentes imágenes, de la importancia de aprender a mirar, de detenerse ante lo que nos rodea y descubrir que el mundo nos... Seguir leyendo
El coleccionista de momentos
Max se ponía a cantar al atardecer, cuando llegaba el crepúsculo y no podía seguir pintando.
Cantaba en el estudio, delante de la ventana, con su arrugada cazadora de lino puesta.
Desde allí se podía ver el mar entre las casas, al otro lado de la calle. Más allá, al final del malecón, las luces del faro comenzaban a destellar y se divisaba el transbordador, que se acercaba desde tierra en su último viaje del día, para regresar un poco más tarde, trazando una fina estela de humo en el cielo, seguido por una bandada de gaviotas. Max cantaba con una voz clara, casi infantil. Eran canciones sin palabras. Yo lo escuchaba acurrucado en el sillón rojo.