En un lugar llamado guerra
Había sido una semana espantosa.
Y el fin de semana fue, sencillamente, desastroso.
Para empezar, el viernes, mi padre me soltaba casi a bocajarro que volvía a casarse y pensaba pasar tres meses de luna de miel dando la vuelta al mundo. Y casarse ya mismo, nada de esperar, porque, me dijo, «a los cincuenta y seis y diez meses no hay tiempo que perder en la vida».