Cuaderno de agosto
Son exactamente las tres de la tarde del primer día de agosto y voy a cumplir la promesa. Mejor dicho: vamos a cumplir la promesa. La miro, siempre muy erguida frente al ordenador, y estoy segura de que todo saldrá bien. En este momento Antonio debe de estar cambiando impresiones con su padre sobre los últimos adelantos de la psiquiatría. Me da mucha pena Antonio, pero alguien tenía que sacrificarse. Aunque tampoco sé muy bien si será un sacrificio para él, porque, en el fondo, en el fondo, Antonio sueña con un bonito consultorio lleno de gente perfumada, y la voz de Belmira al teléfono.