Iris Rivera construye un personaje fantástico, el zooki, que carga una bolsa pesada sobre la espalda. Hasta que cansado, la apoya y se pone a jugar en un campo de cardos y a soplar panaderos, a verlos volar, a divertirse de tal modo que “se le desarrugaban las arrugas (al cardo no, al zooki)”.
El lector sabe poco del contenido de la bolsa porque el texto genera un silencio que más tarde se desvelará. Luego de jugar, el personaje descubre - el lector también -, que la bolsa ya no pesa, que cien zookitos con sus pelos lacios, con sus cien bolsitas llenas y bien atadas a su espalda doblada, han escapado y vuelan aferrados a los panaderos, mientras el zooki descansa su espalda en el viento…
Un cuento en el que priman los juegos con el lenguaje poético y con los sentidos que se esconden y aparecen entre paréntesis, invita al lector a sorprenderse y a compartir un mundo fantástico.
Iris Rivera construye un personaje fantástico, el zooki, que carga una bolsa pesada sobre la espalda. Hasta que cansado, la apoya y se pone a jugar en un campo de cardos y a soplar panaderos, a verlos volar, a divertirse de tal modo que “se le desarrugaban las arrugas (al cardo no, al zooki)”.
El lector sabe poco del contenido de la bolsa porque el texto genera un silencio que más tarde se desvelará. Luego de jugar, el personaje descubre - el lector también -, que la bolsa ya no pesa, que cien zookitos con sus pelos... Seguir leyendo
El zooki
Había una vez… ¿Qué había?
Había una vez un zooki de pelo lacio.
Había un zooki que cargaba una bolsa.
Era una bolsa grande, llena y cerrada.
Allá iba el zooki con su bolsa,
Con su peinado lacio y la espalda doblada.
Y cada tanto la apoyaba
(la espalda no, la bolsa)